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Puertopadrense

El 26 de Julio era inevitable

El 26 de Julio era inevitable

Por: Julián Puig Hernández.

Era demasiado grande la afrenta a la patria, bullían las clases sociales. Desde las universidades hasta en la más humilde casa campesina las personas sabían que el aldabonazo de la campana de La Demajagua sobrevendría y así sucedió.

Era preciso dar una lección de patriotismo y de coraje. ¿De qué valía la vida si el ultraje era tan pérfido? O más aún ¿podía llamársele vida a tales circunstancias tan humillantes?

Primero se abrieron las tribunas, los espacios jurídicos apegados a la ley, también los medios de comunicación, con las voces de los más abnegados, los más altruistas y consagrados. Todo fracasó, y se incrementaron los arrestos, las torturas, los asesinatos, los vejámenes a la dignidad humana.

El camino a la lucha armada era inevitable y los jóvenes de la generación del centenario, encabezados por su máximo líder, el abogado Fidel Castro Ruz, seleccionaron a los que escribirían con su sangre y sacrificio el llamado de la patria, de la historia.

La organización de las acciones en Santiago de Cuba y en Bayamo se hizo en el más absoluto silencio, con discreción extrema. La mayoría de ellos ignoraban los detalles, pero habían jurado cumplir con el llamado de la patria y no dieron un paso atrás.

Muchos cayeron, no en las acciones, sino después de ser prisioneros, como evidencia de la cobardía de la soldadesca batistiana, que pedían insaciablemente sangre, como ajuste de cuentas, como cruel venganza, en el más absoluto deshonor.

Pero no lograron matarlos, todo lo contrario. Hoy sus nombres están en las obras de la Revolución y su ejemplo prendido en el corazón de cada cubano honrado.

El asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, inició un proceso revolucionario que continúa hoy en nuestros días a tono con los nuevos tiempos, llamando a la paz, a la comprensión entre los seres humanos, para salvar al hombre del propio hombre.

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