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Puertopadrense

Para lectores impacientes

Para lectores impacientes

Por: Julián Puig Hernández.

Anoche concluyeron finalmente los carnavales en Puerto Padre, un acontecimiento festivo que año por año, aún en condiciones difíciles desde el punto de vista económico, se le garantiza al pueblo.

La noche del sábado, a mi modesto modo de ver, fue la más concurrida y no es novedoso decirlo porque en todas las versiones sucede así y debe ser porque muchas personas, de otras provincias o municipios vecinos, toman justo ese día porque disfrutan generalmente del domingo para recuperarse de una larga francachela.

Sólo hubo dos carrozas, pero bien engalanadas y con jóvenes muy simpáticas y llenas de juventud. Por su parte, arrastrando a la multitud, tres comparsas que se disputaban un sonido único e inconfundible de percusiones con tambores de diferentes tamaños, así como trompetas, trombones y hasta saxofones.

Tomando por la Avenida de la Libertad ya resultó difícil aventurarse a llegar al parque de la Independencia porque lo impedía casi la marea humana pletórica de alegría.

Dato curioso es que no se reportó ninguna muerte y esto debe tenerse muy en cuenta porque dice de la garantía de una fiesta donde miles de personas ingieren bebidas alcohólicas y no llegan a los extremos, una por la cultura, otra porque los medios insistentemente hablan sobre la prudencia y otra, no menos importante y vital, porque los garantes del orden interior organizaron bien su accionar en todo el territorio.

Las personas, como es común en los carnavales, se saludaban efusivamente, brindándose cerveza mutuamente, porque es tradición que la persona beba del recipiente de quien llega y éste, en reciprocidad, haga lo propio con la vasija de su interlocutor. Se hace con sanidad absoluta porque, contrario a lo que sucede en otros lugares, sobre todo en los países llamados del primer mundo, esta deferencia constituye un riesgo debido al contagio de la droga, cuestión que aquí no tiene cabida.

Ese es el verdadero lujo que podemos darnos con mucha entereza, porque esa palabra, lujo, no es tener un auto de última generación ni confort irracional; sino el poder andar por tu país y disfrutar las bondades que da la paz y esa paz se logra alimentando la ética de ser auténticamente cubano, humilde pero orgulloso de sus más arraigados valores humanos.

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