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Entrar bien = Leer mejor

Entrar bien = Leer mejor

Un trabajo periodístico escrito debe interesar desde  la primera letra del título hasta el punto final, pero las entradas son muy importantes  y requieren de imaginación y fantasía, además de echar a un lado la abulia que suele conducirnos por los caminos del convencionalismo

Juan Morales Agüero

El periodismo escrito es una especialidad en constante movimiento. De ahí que los lectores esperen siempre de sus materiales sugerencias distintas, no solo en cuanto a contenido, sino también a la forma.  Casarse con una exclusiva manera de escribir constituye, por tanto, una manera de ahuyentar simpatizantes. Es la razón por la cual un trabajo periodístico debe interesar desde  la primera letra del título hasta el punto final.

Muchos de nosotros  incurrimos de vez en vez en el pecado de elaborar casi al calco nuestros reportajes informativos. Al emplear siempre las mismas estructuras escritas -que tal parecen clonadas- no nos percatamos de que con ello le damos la espalda a la diversidad de sectores que alimentan y  dan vigor a la profesión. Tom Wolfe, el notable periodista norteamericano autor de ese clásico que es El nuevo periodismo, lo dijo de la siguiente manera cuando “descubrió” las enormes posibilidades que ofrece el periodismo escrito a sus practicantes:  

Lo que me interesó no fue solo el descubrimiento de que era posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas habitualmente propias de la novela y el cuento. Era eso... y más. Era el descubrimiento de que en un reportaje  se podía recurrir a cualquier artificio literario, desde los tradicionales dialoguismos del ensayo hasta el monólogo interior, y emplear muchos géneros simultáneamente o dentro de un espacio relativamente breve, para provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva.

Acto seguido, Wolfe la emprende contra los reporteros que jamás recurren al diálogo como recurso noticioso-narrativo, y recomienda revisar bien las posibilidades tipográficas que ofrece la computación para sazonar un buen material lleno de matices y de efectos, especialmente en las entradas, que son algo así como el señuelo para atrapar la atención de los lectores y que pueden ser tan variadas como las propias intenciones del escribiente.

En este trabajo hablaremos sobre esas entradas, virtuales puertas de acceso a la sustancia periodística, a las cuales debemos ponerle alma y corazón si queremos evitar el panfleto y que nuestros reportajes pasen sin penas ni glorias ante los ojos del lector. Hay que buscar siempre lo diferente, porque quien busca suele ser premiado a menudo con el hallazgo.   

Entrada de colaboración

Esta manera de arrancar apela al procedimiento de la interpelación personal para conquistar el interés del lector desde la primera línea. Se dirige directamente a él tratándolo de usted y produce el efecto de hacer que sienta como si colaborara en el tema del reportaje. Veamos:

“Enrolle los dedos de sus manos y haga que adopten la   forma de sendos catalejos. ¿Ya? Muy bien.  Consérveles esa posición, ponga una sobre la otra y haga coincidir en ambas el agujero. Ahora, sin separarlas, ajuste sobre uno de sus ojos la abertura de la que le queda encima. ¿Qué observa? Solo una pequeña luz al final del tubo, ¿verdad? Pues bien, sepa, lector, que así es como ven la realidad circundante las personas aquejadas de una terrible patología ocular llamada por la ciencia retinosis pigmentaria”. (Periódico 26)

Acto seguido, el periodista procede a desarrollar el tema desde diferentes ángulos: ofrecer detalles, entrevistar a expertos, introducir cifras, aportar consideraciones, citar bibliografía... Puede decir que tiene parte de la batalla ganada, porque comenzó por arriba y bien.

Entrada circunstancial

Aquí la redacción debe comenzar con algún aspecto relacionado con el tiempo, el modo o el sitio donde haya tenido lugar el suceso. Resulta efectiva cuando el tema a desarrollar tiene interés humano. No es solo consignar cuándo, cómo y dónde ocurrió el acontecimiento. Para atraer la atención hay que decirlo de una manera magnética, hacer partícipe al lector y  que se imagina que él estuvo allí, describirle la hora, las circunstancias, el sitio -¿era de noche o de día?, ¿cómo llegó el periodista hasta allí?, ¿qué características tenía el lugar donde ocurrió el hecho?...-. Desde luego, no siempre hay espacio para explayarse, pero un periodista con poder de síntesis puede conseguir efectos sorprendentes que repercutirán en un mayor nivel de lectura del material. Escuchen este inicio de un reportaje, publicado en la revista argentina Rolling Stone, relacionado con una adolescente, jefa de una banda de secuestradores:

No se le notaba. La última vez que Silvina cayó presa estaba en la cama con su novio, embarazada y desnuda. La brigada bonaerense la encontró en una casa chica de cemento blanqueada y jardín reseco con una segunda construcción al fondo. Silvina estaba encerrada en un cuarto con Jorge, uno de sus 11 novios, haciendo el amor bajo el aire de un ventilador de techo. La brigada entró en el cuarto con modales bonaerenses y la sacó a patadas.  “La conchadetumadre”, gritó Silvina, de 15 años cumplidos. No la dejaron vestirse. La brigada le pateó los riñones, el estómago y las piernas. Silvina declaró día después: “Yo solo quería tener un hijo para tener algo”. (Revista Rolling Stone, Argentina).

Se aprecia un designio, un empeño del periodista en polarizar el interés del material informativo puesto en consideración de los lectores. Evidentemente, el tema no tiene que ver nada con nosotros, pero hay en la pluma de quien escribe oficio e intención. Leer ese primer párrafo significa quedar atrapado con un argumento que se sugiere a medias, y que solo revelará todo su significado cuando haya concluido la última línea. No en balde fue premiado en el concurso del año 2004 convocado por la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.

Entrada refranera

Muchos periodistas ni siquiera sospechamos la fuerza que tiene un trabajo cuyo primer párrafo vaya encabezado por un refrán, una sentencia o una frase célebre. Los temas más heterogéneos pueden ser tratados con  esta fórmula, que no excluye ni siquiera a los asuntos de alta política. En ocasiones tal alternativa resulta tan sugerente que no necesita, incluso, ni transcribirse en toda su extensión. Miren este ejemplo:

Tanto va el cántaro a la fuente hasta que... Bueno, los mercenarios a sueldo del imperialismo yanqui que operaban desde Cuba a favor de una potencia extranjera recibieron por fin su merecido: largas condenas de prisión. Un país como el nuestro, bloqueado y acosado durante casi 45 años por la potencia más agresiva de la historia, no podía hacer menos que poner entre rejas a estos quintacolumnistas empeñados en servirles en bandeja de plata el enemigo a la nación más digna del hemisferio occidental.  (Sitio Web Rebelión).

En este caso, la sentencia que encabeza el material tiene una moraleja a todas luces obvia: era demasiado para Cuba continuar tolerando impunemente la acción de un grupo de traidores que actuaban dentro del territorio nacional. De ahí aquello de que... tanto va el cántaro a la fuente, hasta que... ¿Hay necesidad de transcribir la última parte del refrán? Desde luego que no. Este recurso funciona de maravillas cuando el periodista tiene la seguridad de que la cláusula va a ser identificada sin dificultad por  parte de sus receptores. Muchos otros refranes, citas y proverbios, desde luego, pueden cumplir análogo objetivo si nos detenemos a meditar sobre cómo emplearlos en nuestros trabajos reporteriles.

Entrada literaria

¿Quién dice que las entradas literarias son solo aplicables a los sectores de la cultura?  Supongamos que un periodista a cargo del tema azucarero llega a un cañaveral para hacer un reportaje sobre una brigada destacada en el corte manual.  Vista desde afuera, la caña puede parecer una planta débil. ¡Pero pregúntele a un machetero habitual por ella para que vea! Entonces hay que hacerle saber al lector cuán difícil de tumbar resulta esa aparentemente frágil gramínea para los hombres que se ganan con ella la vida. Les propongo este ejemplo de entrada periodística que sugiere, en un indiscutible discurso literario, esta situación:

De la caña se habla mucho: se dice que la trajo Colón desde la India, que da más y mejor azúcar que la remolacha, que de ella se saca pólvora y no sé cuántas cosas más... Pero yo puedo hablarles de esa planta sin ir tan lejos. La caña tiene mil caras: unas veces se empina elegante y es fácil de tumbar, otras se arrastra por los surcos y le salen unas paticas por los canutos que se clavan muy hondo en la tierra y hay que registrar entra la paja y sacarla a tirones. Usted puede creer que eso es sencillo porque lo ha visto en el cine o por televisión. Pero una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero. A veces, cuando se saca un tajo, uno siente que los huesos y los dedos de los pies echan chispas y hasta el acero de la mocha, pegajoso de tanta leña, se resiente y ya no brilla contra el sol como en la mañana...” (Manuel Pereira, Cuba Internacional)

Obviamente, este tipo de entrada, tan generosa en metáforas y en imágenes, conspira contra el reducido espacio del que dispone la prensa escrita cubana de nuestros días. Pero también resulta irrefutable que el lector común se sentiría más atraído por el tema si se lo presentáramos con poder de síntesis de esta manera sugerente y atractiva.

Entrada suspenso

Cuando usted le crea al lector una atmósfera de suspenso en el primer párrafo, al mejor estilo de las novelas policíacas, obtiene a menudo  resultados increíbles. Es que al lector muchas veces  hay que sorprenderlo para que no aguarde por nosotros, los periodistas, al doblar de la esquina. No se trata de tomarle el pelo, sino de presentarle la noticia diferente. Veamos:

Eran las seis y media de la tarde. José pisó a fondo el acelerador y tomó raudo por la Quinta Avenida. Con un giro de volante se quitó de encima la parada donde aguardaban por algo en qué montarse un grupo de personas. Una cuadra más allá, una escultura con faldas le hizo señas, y aplicó los frenos con tanta fuerza que las inmediaciones se saturaron con el olor de goma quemada. “Monta, mi amor”, le dijo, zalamero. Volvió a coger pista y le hizo caso omiso a un amarrillo que lo conminó a detenerse. Y en eso lo vio por el espejo. Un carro patrullero se le había pegado a la cola. Entonces José detuvo la marcha, descendió de su Lada estatal y enfrentó cabizbajo la diatriba policial por su conducta. (Revista Bohemia).

En este tipo de entrada el periodista crea una atmósfera aparentemente apacible, un ambiente de normalidad que anuncia la ocurrencia de algo inesperado. Entonces, de un rápido plumazo, se pone ante los ojos del lector la intríngulis del asunto, con un final inesperado. El suspenso entraña un recurso de extraordinaria utilidad en el periodismo de nuestros días.

Entrada descriptiva

Nada ubica tanto en tiempo y espacio a un lector  de periódicos como la descripción en primera instancia. Si de una persona determinada se trata, se hace idea enseguida de su fisonomía, de su manera de vestir,  de su forma de mirar, de sentarse, de caminar, en fin... Si lo descrito es un lugar, puede parecer que quien lee está allí y que camina, recorre y palpa cada centímetro, cada detalle del sitio descrito.  Veamos este ejemplo:

Secos como ramas. Así quedaron, esparcidos en los pedazos de páramo. Desde el tercer día de su caminata por el desierto de Arizona, uno por uno, fueron vencidos por el infierno. Uno, desesperado, abrazó un cactus y flageló su cuerpo con las espinas; Edgar Adrián, de 23 años, veracruzano, se desvaneció bajo la sombra de un matorral, espejismo inútil. Frente a él, su tío José Isidro lo vio que apretó los párpados, lloró de lágrimas y expiró. Arnulfo, el padrino de Edgar, también de Coatepec, tampoco aguantó. Alcanzó a esconder su cuerpo en el hoyo de un tronco. Los 47 grados derritieron su desesperación. Murió calcinado, la piel hecha ampollas, el rostro deforme, las manos abiertas, como si en un último intento hubiera querido aferrarse a la vida que lo abandonó cuando más cerca creyó sentirse de ella. (Diario Reforma, México)

La descripción en las entradas le facilita el trabajo el reportero, en tanto va dirigida no solo a lo concreto, sino también a lo abstracto, a  los sentimientos, a lo subjetivo.  Lo principal: ubica al lector, le da una brújula para que pueda continuar el camino sin compañía.

Estas breves reflexiones sobre las entradas en los trabajos periodísticos han intentado propiciar un acercamiento al tema. Para incorporarlas a nuestro menester profesional necesitamos imaginación y fantasía, además de echar a un lado la abulia que suele conducirnos por los caminos del convencionalismo. Y por cierto, no se trata solo de la entrada: sí, es necesario entrar bien, pero también caminar con buen paso y salir mejor cuando el punto final nos recuerde que hemos concluido la historia.

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