Elementales apuntes sobre la industria de la guerra
Por: Julián Puig Hernández.
Nada resulta más provechoso para la industria armamentista que la proliferación de conflictos. El mundo observa asombrado y con bochorno cómo en diferentes regiones del universo se desatan guerras entre países vecinos, otros son invadidos, mientras no faltan los que sufren dentro de su propio territorio aniquilamientos indiscriminados.
No es un secreto que existe tal cantidad de armamento almacenado que podría hacer desaparecer la existencia humana más de una vez y son presumibles los avances que tal tendencia involutiva debe tener en los archivos ultrasecretos de los países líderes en la destrucción.
Desde que las tecnologías de la información y las comunicaciones rompieron la barrera del sonido en pos de alcanzar el control total de cualquier ciudadano en el universo, se abrió una importante puerta para la manipulación social. El juego en la red de redes, que permite la facilitación de datos para el dominio público, el intercambio cultural entre naciones y otras formas que parecen inocentes, no son más que trampas donde se facilitan los estudios sobre una sociedad, una familia o una persona. Ellos saben cómo habilitarte el odio.
Convertir en derecho humano ese fenómeno y luego imponerlo a escala global, por encima de la educación y la salud, que sin dudas lo son más, constituyen estrategias dentro del entramado diabólico de la manipulación.
Defender el derecho de protegerse de su enemigo habilitando una tienda de armas en la esquina, también es, dicen, un derecho de los ciudadanos y no una tomadura de pelo.
Aquellos filmes del oeste, que enriquecieron a tantos cineastas y traficantes de armas, parecen asuntos vívidos en la contemporaneidad, sólo que con nuevas tecnologías y disímiles escenarios.
La industria de la guerra patrocina, como bien público, filmes de violencia y seriados donde se alienta el racismo y la xenofobia. Los estrategas sacan de sus predios culturales a los públicos vulnerables a la confusión, que no son pocos, y les muestran un mundo al que no tienen acceso y les prometen un futuro inalcanzable. Es la industria del desarraigo, el estrés y la frustración, tres asuntos que sirven como ingredientes infalibles de la violencia.
Encarcelar a los que se oponen a la guerra es asunto que no merece espera para estos señores y hacer ver ante la opinión pública que estos renuentes carecen de razón es un mecanismo relativamente fácil para ellos pues tienen perfectamente estudiadas a sus víctimas.
Sólo algo les preocupa y es asignatura de constante estudio: la cultura de los pueblos, esa que perdura ante las insistentes propuestas tergiversantes, la que sobrevive aún después de las bombas, la que se enriquece con la educación y se fortalece con la salud, los dos pilares insoslayables de los verdaderos derechos humanos.
Por eso, no cabe dudas, la guerra más cruel de estos señores es contra la cultura; es decir, contra la existencia humana.
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