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Puertopadrense

De cuando el himno se convirtió en bandera

De cuando el himno se convirtió en bandera

Por: Julián Puig Hernández.

Justo hacía diez días que Carlos Manuel de Céspedes le había entregado la libertad a sus esclavos y decidió alzarse en pos de la independencia de Cuba. Los patriotas entraron en Bayamo, y con ello se autenticó la decisión de enfrentarse, con las armas, al colonialismo.

El 20 de octubre Perucho Figueredo escribiría la letra de un himno que, hasta ese momento, tuvo una melodía camuflada en las partituras de la música sacra. El silencio fue prolongado, para dejar que el poeta compusiera las estrofas, las que armonizarían por el tono y ritmo de combate que ya tenía.

Con esa música, el tronar de caballos y gritos de “Viva Cuba Libre” transcurrirían diez años de tenaz enfrentamiento, de lucha sin cuartel, hasta reposar por espacios cortos pues sobrevendrían nuevas llamas en pos del mismo objetivo.

Con la intervención norteamericana (la teoría de la fruta madura), cuando los patriotas cubanos ya virtualmente habían ganado la contienda, no concluiría el proceso; el himno fue el pacto sempiterno, el conducto a la no claudicación.

Del colonialismo sobrevino la experiencia del neocolonialismo, tan humillante como el primero: en cadenas vivir, es vivir en afrenta y oprobio sumidos. No, imposible soportar tal yugo venga de donde venga.

El siglo XX estuvo plagado de hechos y patriotas, con verbo claro y machete al cinto, listos para reanudar la contienda y la suma de esas fecundas chispas estremecieron el cuartel Moncada, empujaron al Yate Granma, conmovieron a la Sierra Maestra y se entronó, definitivamente, la gesta iniciada con el himno.

Hoy los cubanos, cabeza descubierta, lo entonamos con el pecho inflamado por la emoción, sobre todo en los momentos que exigen una definición de principios, por eso es necesario darle especial fuerza, no sólo en la voz, sino en el espíritu, para que la tierra tiemble de pasión.

Cuando se está fuera del país, y la tierra nos reclama, siempre se escapan lágrimas cuando lo entonamos; pero no de cobardía sino de compromiso con uno mismo, que es en definitiva el lugar privadísimo donde la patria reposa, como el himno mismo.

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