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Puertopadrense

Campesino soy

Campesino soy

Por: Julián Puig Hernández.

 

Nací en la campiña un hermoso día de enero. De entonces acá el cambio en el paisaje es sustantivo. Mi niñez la guardo rodeada de casas con cubiertas de pencas y tablas de palma, los caminos podridos por los intensos aguaceros, las cercas de matas espinosas y muchos árboles maderables y frutales.

Veo ahora, mi Los Hoyos natal, en el actual municipio de Jesús Menéndez (otrora barrio de Puerto Padre) y es poca la presencia de aquellas chozas, existen escuelas para todos los niños, un consultorio del médico y la enfermera de la familia, pero los caminos están secos por la falta de aguaceros y la floresta permanece, en consecuencia, marchita con un empolvado gris.

Los boyeros, desde bien temprano en la mañana, azuzan con su voz de trueno y ternura a la pareja forzuda que, sobre la compacta tierra, hace zanjas como heridas sin sangre.

Después de Tronconera, a la izquierda, un río manso serpenteaba una pradera verde donde pastaban los carneros y las ovejas. Un tenue agujero largo da cuenta, al menos, de que hubo allí un torrente fresco de agua.

Una alfombra de mangos amarillos tapaba la superficie de la finca donde mis tíos mitigaban sus pobrezas materiales y donde podía deleitarse el paladar con solo pedir permiso a Armelio.

Ciruelos, marañones, naranjos, anoncillos, nísperos pertenecen a una familia olvidada de frutas, aparecidas sólo en las tertulias de los que peinan canas.

Se acabaron las cabañuelas, pronósticos meteorológicos de los campesinos para planificar sus siembras, porque los tiempos andan disparatados.

Sin embargo está la anciana con su jardín de yerbas medicinales, y el pozo de brocal, las porquerizas al fondo de los excusados, la talanquera, los cocos amarillos, los tomeguines y los sinsontes, el cloqueo de las gallinas y, lo más importante, el campesino que lleva el sueño como una llama eterna.

Aún cuando a kilómetros de altura vuelan esas nubes negras, venidas de chimeneas industriales, que nos privan del vital oxígeno, hay hombres y mujeres de manos fuertes y corazón de acero y miel protegiendo cada hierba, todo el palmo salvable que le rodea.

El reto de este tiempo, impuesto por la insensatez del irracional mercado que impera en el mundo, no es sólo sembrar cada pedazo de tierra, sino hacerlo bien, con la certeza de la cosecha sustanciosa y la prudencia necesaria, para evitar otras consecuencias.

Pacha mama es una filosofía que se levanta con el ALBA y hemos de empinarla con la suma de verdaderos amores. Campesino soy, y pongo mis manos (corazón) en tan necesario empeño.

 

 

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