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No dejarnos dividir

No dejarnos dividir

Por: Julián Puig Hernández.

 

El proceso de integración de los pueblos de Latinoamérica, urgencia avizorada por Bolívar desde fecha temprana, es sin dudas necesario para la conformación de un desarrollo regional auténtico e  independiente.

En los tiempos contemporáneos han existido líderes, como lo es ahora Hugo Rafael Chávez Frías, que han propugnado darle continuidad hasta final término a este imperativo.

La Revolución Cubana, aún con las marginaciones de que ha sido objeto por parte de sucesivas administraciones norteamericanas,  ve en ello una perspectiva de desarrollo para la región sin paralelos en otra latitud del universo, porque confluyen aquí razones que van desde la religión, idiosincrasia, clima…en fin, hasta la cultura.

Los aspectos que conforman el proceso de desestabilización regional, plan elaborado escrupulosamente por Estados Unidos, han tenido vórtices importantes en los últimos tiempos: la descarada defenestración de la democracia en Honduras y más reciente  la instauración de siete bases militares en suelo colombiano.

La guerra mediática, por otro lado, ha tenido ahora un papel preponderante no sólo desde la perspectiva de la no-información, sino desde la tergiversación, para lograr confundir sobre todo a la opinión pública de los Estados Unidos de una manera tendenciosa.

Acusar a Chávez de avivar una guerra regional es el peor de los absurdos porque justo el mandatario venezolano, es líder de la paz por la buena voluntad demostrada con acercamientos hacia los pueblos vecinos, cometidos nunca vistos desde la independencia acá; pero al parecer, llevar a feliz término esa emancipación, es el pecado capital imperdonable para quienes apostan por continuar el saqueo de guantes blancos.

Las batallas por la alfabetización, salud para todos, higienización, empleo, deporte, cultura, comercio y educación, entre tantas, concertadas de buena voluntad entre la mayoría de los gobiernos de la región tienen en suma el sello de la independencia y ese es un lujo demasiado oneroso para los sueños de insaciabilidad del capital del norte.

No ha sido Chávez el  autor de bases militares en zonas estratégicas de la región, con el consiguiente arsenal logístico de especial preponderancia en la tecnología de espionaje.

No es Chávez el que aúpa golpes de estado a la usanza de la Gatita de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano. Es todo lo contrario: en virtud de la democracia ha sido el líder Bolivariano austero celador de los derechos de los pueblos, cumpliendo estricta  las exigencias legales de términos preestablecidos por los procesos democráticos que han sido concertados históricamente. Los violadores de la ley son otros, justo los que ahora, trastocando los roles, quieren que Caperucita sea el Lobo.

Detrás de todo esto no hay más que la inevitable pérdida de fortaleza económica y moral de la oligarquía; pero no es Chávez, en el fondo, el sepulturero, sino el avizorador de este proceso de decantación. Es la insaciable sed de riqueza de los eternos (no ya tan eterno) poderosos, que han olvidado a esas masas sufridas y explotadas que cada día agrandan sus filas.

Ha sido la mentira como política usada el caldo de cultivo para esta importante emancipación. Analícese en su verbo preclaro a Chávez, las veces que menciona la paz y el desarrollo, la unidad y la colaboración.

Lo que se quiere es confundirnos, pero nosotros no podemos dejarnos dividir.

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