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Las ideas no se matan

Las ideas no se matan

Por: Julián Puig Hernández.

 

¿Puede alguien matar las ideas? Es una utopía hacerlo y una insensatez ignorar lo real del hecho. Se sabe muy bien, existen ahora más que nunca pruebas tangibles de ello. Los hombres tenemos un proceso biológico imposible de cambiar: nacemos, vivimos y luego morimos; pero nos hacen más perdurables las ideas que alzamos como estandarte.

Luego del suceso histórico del Asalto al Cuartel Moncada, en aquel convulso Santiago de Cuba de 1953, un soldado del ejército dijo: no se pueden matar las ideas y la sentencia retumbó en los oídos del Máximo Líder del movimiento revolucionario. Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, dijera luego parafraseando a nuestro Héroe Nacional, como afianzando una postura fuerte, humilde y real. Sembrando ideas… dijera luego al poetizar sobre los propósitos épicos de la Revolución Cubana.

Andan en derredor de su doctrina las alas de un ángel presto al servicio de los humildes, como el Cristo más auténtico de estos tiempos, aquel que celebró la acción de la señora depositaria de sus únicas blancas como ofrenda. Ha de darse, sin temor, todo cuanto se tiene por una causa hermosa porque esa acción suma para bien.

Pero ese ángel no se baja del atalaya, mira celoso cuanto ocurre en los cuatro puntos cardinales, porque no faltan los que, disfrazados del bien, sólo quieren para sí todo y eso los descubre.

Los años mellan la estructura corporal y pugna esa falla con la espiritualidad que crece. Cuando se ha caminado mucho sucede que no ha sido lo suficiente y hay certeza de que el amanecer no está lejos; pero los pies no siempre están del todo en concomitancia y aunque cortos los pasos, siguen los sueños como luz irredenta perforando la bruma.

En estos meses de ausencia presente, en que lo vemos de pie sobre la cima de la contemporaneidad, siguen, con mayor fervor, las enseñanzas de su genio sin par, alertando sobre los falsos ángeles y sugiriendo tejer, con una cuota suprema de amor, un futuro promisorio.

Sembrando, desde ahora, las mejores ideas, las que nada ni nadie podrá matar pues los señores de la guerra, embriagados por las jugosas ganancias del genocidio universal, no podrán inventar el arma capaz de matar las ideas.

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