Un espejo en el que todos nos vemos
Julio García Luis desata su pensamiento para darnos no una entrevista, sino una clase de maestría y ética periodística acompañada como siempre de su condición y saber martianos
Juana Carrasco
Sin ruborizarme, porque corresponde a lo cierto, pudiera tomarle a unos colegas el título de su programa de televisión y comenzar diciendo que estas son confesiones de grande. En esa dimensión lo he visto siempre, desde hace 45 años, cuando nos iniciamos juntos en el periodismo, pero de él emanaba una erudición, un talento, y un buen decir que sobrepasaba, aunque no quisiera ni se lo propusiera, la modestia y la sencillez que le son intrínsecas. Julio García Luis siempre ha sido para mí —y sé que para muchos en el sector periodístico— un ser admirado y admirable, un maestro.
Cuando conocimos que se le había otorgado el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, compartimos los siete enjundiosos párrafos de argumentación del Jurado. Tomo este como compendio de todo lo bueno: «A quien procedente del magisterio rural y del movimiento de maestros voluntarios, inició desde el periódico Granma una fecunda y brillante carrera sostenida por cuatro de los más sólidos pilares: el compromiso político con la Revolución y su pueblo protagonista, la vocación, el talento y la cultura».
Quién no recuerda sus vívidas crónicas con las que «viajábamos» acompañando a nuestro Comandante en Jefe por países hermanos o a dar la batalla de todo un pueblo; y quién —sin saber el nombre del autor— concordaba plenamente con la solidez de las ideas expresadas en los editoriales del periódico Granma en años convulsos —¿y cuál no lo ha sido en nuestra Revolución?— de los 60 a los 80…
Y resulta que los periodistas cubanos que trabajamos en Venezuela nos sentimos privilegiados, porque quien nunca ha dejado la faceta magisterial anduvo hasta hace unos dÍas por estas tierras bolivarianas, comprometido con impartir maestrías y sembrar saber. Así, nos correspondía hacer de él un «cazador cazado»:
«Comencé en la prensa en Granma, donde estuve cerca de 20 años. He hecho bastante radio e hice un programa de televisión con Renato Recio. Tuve una etapa gremial, cuando estuve al frente de la Unión de Periodistas por espacio de siete años. Después pasé a Trabajadores, un período muy recordado por mí porque me dejó mucho. Eso fue además en un momento muy duro para el país, el crucial período especial. Y estos últimos 13 años han sido universitarios. He visto el periodismo desde la formación de los jóvenes y desde la superación de los periodistas».
Y comienza las confidencias: «Me gusta la política; lo que me apasiona es la política y el papel de la prensa en la política. Puedo escribir de cualquier cosa, siempre que sea interesante, pero lo principal es el aporte que la prensa puede dar al desarrollo político del país.
«Me gusta el comentario y me apasiona la crónica también, porque es un género muy dúctil, muy jugoso y te permite aprovechar acontecimientos que tienen mucho color, mucha imagen. Y por fuerza he tenido que ejercer el comentario oficial, el editorial. Eso también tiene su arte, su estilo, sus peculiaridades y también me gusta. Es una tarea bastante ingrata, porque te obliga en cierta forma a desdoblarte, pero nunca escribí una palabra que no estuviera también en mis convicciones».
—Algo que siempre debatimos y nos preguntamos hasta el cansancio, ¿cómo ves el papel de los periodistas y de la prensa en nuestra sociedad?
—Siempre es más fácil ver lo que pueda faltarnos que lo que tenemos. Eso es normal. Creo ante todo que disponemos de un sector periodístico a mil años luz en el orden moral y político de nuestros adversarios, y cuya capacidad profesional se desarrolla de modo creciente. Disponemos de un impresionante caudal de talento.
«Esto no significa que esa fuerza haya encontrado ya las formas y vías para el pleno despliegue de sus potencialidades. Ese es el desafío que tenemos en medio del acoso a que se ha visto mantenido el país década tras década, sin un minuto de tregua.
«Yo veo a la prensa dando una batalla diaria, inteligente, aguda, por todos los canales a su alcance, para ayudar a abrirnos paso.
«Un factor clave, en el que ahora se hace mucho énfasis, es que cada cual cumpla con lo que le toca dentro de su marco de actuación. Los periodistas sabemos cómo hacer las cosas. Claro está que en Cuba todo el mundo es manager de pelota, pero pertenecemos a un sistema en el que debemos ser dirigidos por objetivos, por valores, y nos corresponde traducirlos a lo profesional.
«Por otro lado, la academia puede y debe ayudar mucho más a la prensa. Contamos ya con siete universidades en las que se forman cerca de 1 100 jóvenes seleccionados. Es una fuente grande de estudios e investigaciones. Si somos capaces de salir de nuestras barreras mentales, sería invalorable lo que podríamos lograr por medio de la cooperación.
«Necesitamos, en fin, ser cada vez más actores y sujetos certeros de nuestro propio desarrollo.
«Ante la perspectiva de trabajo y de lucha que hoy se abre ante Cuba, ante la actualización del modelo económico y social, pienso que necesitamos construir una nueva dimensión del papel de la prensa en nuestra sociedad, sobre la base de los principios y definiciones esenciales establecidos por la Revolución.
«Escuché hace poco a un valioso intelectual nuestro afirmar que le dolía Cuba. Creo que sé lo que quiso decir. Es un sentimiento que muchos experimentamos. A muchos nos duele ver deformaciones y problemas que han ganado terreno; nos duelen las zonas de pobreza que aún no hemos podido vencer. Pero Cuba, con todo y eso, es tal vez el país del mundo que menos compasión necesita. No abandonó su rumbo. No traicionó. No perdió su estrella. Y podrá vencer sus problemas precisamente por eso. Allí estaremos los periodistas y la prensa».
—En estos últimos años te has dedicado al trabajo en la universidad y a la formación de los jóvenes periodistas y comunicadores. ¿Hasta qué punto te parece cierto que hay una ruptura con esta nueva generación?
—El cambio de generaciones siempre entraña rupturas, y no hay que verlas como una desgracia. Se rompe con lo anterior para hacer una nueva síntesis, para apropiarnos de todo lo que nos precedió, para afirmar nuestra identidad. Tenemos una juventud maravillosa. No tengo una visión catastrofista, y pienso que todo dependerá de cómo enfoquemos este tema y de cómo marche el país en su dirección estratégica.
«Lo anterior no significa tampoco que no tenga preocupaciones. Me obsesiona, como a muchos cubanos, el tema de la continuidad. Es decir, cómo vamos a seguir viviendo en nosotros y cómo va a seguir viviendo en los niños y jóvenes todo lo que creemos.
«La visión burocrática, formalista, repetitiva, en la formación de los jóvenes es uno de los peligros más graves. A veces se olvida cuántas meteduras de pata, cuántos cabezazos nos hemos dado todos, y queremos que un muchacho de 18 años ya sea perfecto. A mí, en lo particular, no me simpatizan esos bebés probeta a los que nada les inquieta ni les preocupa. ¡A esa edad! Creo que si ellos no sudan su revolución, si no vuelven a parirla, salvando las distancias de época y de tareas, la Revolución no estará dentro de ellos como debiera. Eso que llamamos trabajo ideológico comienza cuando el joven se expresa tal y como es, tal y como piensa. Formar es dialogar, es reconocer y reconocerse en el otro. El problema no es solo darles buenos argumentos a los jóvenes. Usted puede tener muy buenos argumentos, pero si considera al joven como un ente pasivo, como un saco vacío, que usted va a llenar de ideas, no va a ninguna parte.
«Para eso necesitamos de espacios de comunicación. Que sean verdaderos. Necesitamos aprender a oír más. No todos los lugares y momentos son los idóneos para ese intercambio profundo y sincero, que nos llega al alma y nos eleva, pero si no hay dónde manifestar dudas, inquietudes, inconformidades, si no hay espacio para el diálogo, corremos el riesgo de terminar por acorralar e inhibir la personalidad del joven que se forma.
«He tenido el privilegio de oír de labios de Raúl cómo él y Vilma siempre conversaron y discutieron abiertamente con sus hijos. Ahí está el camino. No hay que inventar mucho ni sentarse a esperar por lo que hagan los otros.
«En resumen, casi nada ha cambiado en esencia: seguimos preguntándonos cómo se forma el alma virtuosa, igual que Sócrates hace 25 siglos».
—En estos dos mundos: periodismo y universidad, ¿perdiste o ganaste?
—Últimamente, en la Universidad ya no pude tener tiempo para el trabajo de la prensa… Pero tengo la esperanza de que como esta es una profesión tan longeva, a través de los más jóvenes, los que fueron mis estudiantes, quizá he estado escribiendo o ayudando a que se escriba el reportaje del 2030, del 2040 y quién sabe si hasta el reportaje del 2059.
«Soy maestro de origen —maestro normalista, como se decía en aquella época—, y te digo una cosa: tanto el periodista como el profesor tienen algo de maestro, porque la influencia sobre la conciencia de las personas, el esfuerzo por modelar formas de vida, de pensamiento, de conducta, es común al periodista y al profesor, y se pueden intercambiar y se pueden simultanear esas dos tareas sin ningún tipo de dificultad.
«Ahora, ser maestro y que te reconozcan es más que ser académico, y es más que ser un periodista de renombre. Es una categoría superior, a mi modo de ver».
—Y por todo eso recibiste un Premio que lleva el nombre de Martí…
—Martí es, como decía Lezama, el misterio que nos acompaña; es una personalidad inagotable. Pero tuvo el rasgo peculiar de que asumió el periodismo desde una perspectiva muy moderna, muy avanzada. Lo dio todo en el periodismo, aunque fue para él una tarea accesoria, dedicándose fundamentalmente a la política. Pero aun así le imprimió todo lo bueno que tiene que tener el periodismo: creatividad, ética, compromiso, sentido trascendente; todo eso está en el periodismo de Martí. Así que recibir el Premio que lleva el nombre de Martí es como para no dormir.
«Lamenté mucho no poder asistir a la entrega del Premio. Ya tenía el compromiso de estar en la Universidad Bolivariana, en estos cursos de Maestría.
«Si hubiera estado, tendría que decir allí que el Premio —como todos los premios— es un símbolo. Los seres humanos tenemos que poner en símbolo las cosas que queremos expresar, y un premio es eso, un símbolo. Importante para mí es que todos los compañeros del gremio de la prensa, que nuestros jóvenes graduados, que nuestros estudiantes, se vean en ese premio. Y si el premio nos ayuda a que nuestra tarea marche adelante y a que se fortalezcan valores, principios y aspiraciones, yo recibo con mucho gusto el Premio, y se lo dedico a ellos, a los compañeros de la prensa, de la universidad, de todo el país, que participan en esta tarea tan importante».
(Fuente: Juventud Rebelde)
0 comentarios