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Puertopadrense

Chicho cumple cien años

Chicho cumple cien años

Por: Julián Puig Hernández.

A Jorge Ávila Rodríguez hace cien años que le dicen Chicho. Es común en los barrios los motes y si quieres saber de él debes olvidarse de su auténtico nombre porque nadie tiene en cuenta las formalidades legales.

Con un siglo encima camina algo encorvado pero se resiste a estar sin hacer algo, aunque sea conversar.

En honor a la verdad, no existe un registro de la cantidad de sacos de carbón que hizo durante los años inciertos de la niñez y de la juventud, cuando el Boquerón, donde vive desde principios de los años cincuenta del pasado siglo, era un constante serpentear de trillos entre matorrales espinosos.

También fue lechero, entre tantos oficios de ocasión, porque debía procurarse un sustento digno para esposa y siete hijos, de los que vinieron luego diecisiete nietos y quince bisnietos.

La luz de su mirada se apagó hace muchos años y no se amilanó por eso, sigue conversador y cultivando la poesía con improvisaciones dichas con una melodía que anda por registros indistintos, creadas por él con estilo indiscutible.

Chicha, le dice a su hija, tráeme un traguito de café y de comida nada, ni puerco asado. Ella, pícara y provocadora, le responde Papá ¿y no le gustaría un traguito de ron? No se hizo esperar la respuesta ¿Dónde está?

En los manglares debió enfrentarse a las constantes plagas de mosquito y de jejenes. Vigilando altísimos hornos día y noche. Montañas de bolos de maderas tapados con yerba y tierra, con brasas internas, para vender luego latas de carbón por un precio de dolor; pero le gustaba el oficio y lo hacía con pericia indiscutible.

 De esos avatares conoció del monte, tan diverso y hermoso, para cuidarlo y sacar de él racionalmente lo necesario. Cortar la madera de forma que renazca y saber qué hoja cura heridas comunes, picaduras de insectos, dolores de estómago o de muela, reuma o cualquier dolencia.

Se vuelve el hombre en esas circunstancias en un docto de la naturaleza y la luna deja de ser una moneda de plata colgada del cielo, para convertirse en el signo de las mareas y la posibilidad de cortar un tronco sin correr el riesgo de que sea cena de los comejenes. Todo eso lo lleva Chicho como el tesoro que es.

¡Parece increíble que tenga cien años! Que lleve consigo la experiencia de tantas generaciones, los dolores de no tener cerca a personas que disfrutaron con él tantas aventuras y desventuras.

Oye Fidel Castro Ruz
digno del pueblo cubano
yo te quiero como hermano
desde mi leal juventud.

Canta bajito, subiendo el tono luego y ríe de su repentina creación.

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