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Puertopadrense

El rugido de Ike

El rugido de Ike

Por: Julián Puig Hernández.

A las nueve de la noche aproximadamente, el viento arreció y a las once era imposible mantenerse fuera de la casa. Ya estábamos sin servicio de electricidad. La oscuridad se confabuló con el monstruo que se acercaba.

Era un tronar sordo, como un camión de gomas gigantes halando una retahíla de tanques huecos. Los oídos se tupían, como cuando un avión nos adentra en las alturas.

Podían sentirse, pese a ello, los vuelos de techos y las ramas partidas. La magnitud, en esos instantes, era sólo un misterio. Hubo que esperar al amanecer para observar a Puerto Padre en ruinas. Ya, algo después de las cuatro de la madrugada, se escuchaba la retirada del airado monstruo. Sólo una lluvia fina y persistente quedó a su paso.

El sol levantó sus ojos y en todas las calles podían verse, como cercenados por una sierra, la hilera de árboles exhaustos. La cubierta de las viviendas, sobre todo de zinc y de fibrocemento, en su inmensa mayoría habían sido hechas trizas. Las paredes de casas antiquísimas se hicieron montones de escombros y otras, mucho más jóvenes, fueron desplomadas por la furia de los vientos. Desde las alturas podía notarse como si una cortadora de césped se hubiera excedido en bajar sus cuchillas.

El malecón, los parques, los postes del tendido eléctrico y de telefonía, en su mayoría, estaban partidos sobre el pavimento y la cablería como amasijo puesto sin plan.

En los campos el panorama no era menos desolador. Todo el esfuerzo campesino de años se hizo añicos. El verde se puso gris y las perspectivas de mejorar la dieta con esfuerzos del propio territorio tendrán que esperar.

Las grandes industrias fueron despojadas de cubierta y lo guardado con celo se malogró en gran medida.

Primero fue un dolor en el pecho y un nudo en la garganta. El murmullo callado, la palabra entrecortada; luego se levantaron las manos, poco a poco, con la discreción de quien no quiere herir sensibilidades, pero se sumaron muchos y, como siempre sucede en momentos así, florecieron los héroes, esos necesarios y perdurables. Ellos se han encargado de movilizar acólitos para levantar lo caído, buscar caminos, no cejar en el empeño.

Hoy el panorama es distinto, aunque aún falta mucho por andar; sin embargo, muchas calles están limpias, para orgullo de la ciudad, los materiales para reparar viviendas poco a poco han sido puestos en manos de los afectados y las escuelas tienen a sus hijos dentro, para instruirlos y redimirlos. Los centros laborales andan por el mismo sendero y más temprano que tarde hablaremos desde la perspectiva histórica “antes de Ike y después de Ike”, porque la huella es honda y las experiencias muchas.

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