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Puertopadrense

Fidel, nacido siempre en la altura

Fidel, nacido siempre en la altura

Por: Julián Puig Hernández.

 

Una sierra puede ser una cuna, altísima y visionaria. Birán está en las faldas de una gran sierra, la Maestra, y desde allí puede verse, como un gigante hermoso, la retahíla de montañas que la conforman. Se pierden los picos entre las nubes, desafiando la gravedad: es un reto, la invitación a tomar el cielo con las propias manos.

Aquellos ojos de niño, nacidos en Birán, desde bien temprano recibieron los influjos de esa majestuosidad, de aquel convite al desafío. Se fraguaron en la conquista de lo imperecedero y se convirtió, con el devenir del tiempo, en una constante asida a la cotidianidad.

Escalar montañas, llegar a lo más alto, allá desde donde pueden verse mejor los problemas para combatirlos, saber no sólo del presente sino del futuro como si fuera actual y con esas herramientas alertar, prever, encaminar a todos por el sendero más conveniente. Eso fue, grosso modo, lo heredado desde la misma cuna, y llevado al llano, a las universidades siempre convulsas, a los pueblos tristes y olvidados. Se anda como en una antorcha de luz y calor eternos.

Fidel, nombre sonoro, agudo, no maleable, generoso y altivo, vino al mundo un 13 de agosto; pero los profetas, atribulados por las carencias de la podredumbre y el dolor de la impotencia, no fueron detrás de la estrella, tal vez para evitar la segunda parte de Jesús, y dejaron que naciera allá, a buen recaudo, como semilla tenaz y urgida.

Ochenta y dos años ya, y Fidel tiene los mismos ojos de niños, similares sueños y la fortaleza espiritual capaz de escalar montañas y tocar el cielo con la punta de los dedos.

 

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