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Puertopadrense

El Hugo Chávez que yo conocí

El Hugo Chávez que yo conocí

Por: Julián Puig Hernández.

En el mes de julio de 2010, en el barrio Bolívar, del municipio Páez, perteneciente al Estado de Portuguesa, en la República Bolivariana de Venezuela, José Matute, un lugareño que por el Consejo Vecinal tenía la misión de atender los menesteres culturales, me dijo: en la madrugada el Comandante Chávez estuvo por acá. Vino en un helicóptero.

Me recordé, inmediatamente, del Comandante en Jefe Fidel Castro, cuando los inicios de la Revolución Cubana, de su labor incansable, visitas sorpresivas lo mismo en una fábrica, que a un grupo de campesinos cañeros o carboneros, en cualquier lugar de la geografía cubana y en horarios impredecibles.

Cuando estamos casi de bruces a las elecciones presidenciales en ese país, lo recuerdo de manera especial, de cuán injustas calumnias ha tenido que sufrir y cómo la verdad, como luz cegadora, le abre las puertas en todas sus encomiendas.

Conversé luego con un oficial del ejército bolivariano, en Barcelona, capital del Estado de Anzoátegui y filosofamos un poco sobre idiosincrasias y culturas, incluso se lamentó de un incidente sufrido por él ese día cuando un “malandro” despojó de su moto a una mujer con su “chamo” a fuerza de empujones y él no podía hacer nada porque las leyes no le permiten a un militar inmiscuirse en asuntos que competen a la policía. Sin dudas, le dije, en mi país eso no ocurre, porque no hay mercado de armas ni drogas.

Luego en la ciudad de Guayana, en Puerto Ordaz, en el Estado de Bolívar, conocí a un señor que los médicos y personal de enfermería cubanos atendían por un pie diabético, miembro que clínicas privadas querían amputarle, y me preguntó ¿qué opinión tienes de Venezuela? Lo cual respondí: es un país inmensamente rico y tristemente pobre.

En estos momentos cumbres de la historia venezolana, cuando las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina, recuerdo al Chávez que en la madrugada visitó un paraje de la geografía de su país, alentando sin descanso un proyecto de inconmensurable beneficio popular.

Imagino cuántos desvelos para superar obstáculos, calumnias, patrones viejos que derribar a fuerza de audacia, conquistar multitudes con verdades hechas paredes, cambiar una ideología de engaños y triquiñuelas, enfrentarse a sí mismo, con un cuerpo que no parece soportar su pujanza y él lo alienta apelando al Altísimo.

Cuando ya en las escaleras de la aeronave que me traería de regreso a Cuba miré el paisaje a mis espaldas, entonces vino a mi mente Martí, con la crónica del viajero que llegó a Caracas y sin quitarse el polvo del camino no preguntó dónde se comía o se dormía, sino dónde estaba la estatua de El Libertador y allí lloró a sus pies, como hace un hijo ante su padre.

No existe hombre mayor que Chávez para ejercer su deber histórico y debe continuar una obra sin precedentes para la historia de un país que es vórtice en el hondón americano.

Cuando los héroes honran a su patria de esa manera, sin saberlo se honran a sí mismo y no lo saben, e incluso se niegan  a admitirlo, por honradez y humildad; pero es que nada enaltece tanto a una nación que la suma de hombres honrados y humildes. Ese es el símbolo del venezolano de estos convulsos tiempos y para ser auténtico debe salir del cuerpo algo más que euforia y pasión, simplemente se necesita amor, y el amor todo lo puede.

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