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Carlos Zamora: atrapado por la magia de la lectura y la escritura

Carlos Zamora: atrapado por la magia de la lectura y la escritura

Jesús Dueñas Becerra.

El poeta, narrador y periodista, Carlos Zamora Rodríguez (Matanzas, 1962), es jefe de redacción de la revista digital Librínsula, que edita la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM). Es Licenciado en Filología por la Universidad Central de Las Villas (1985), y miembro activo de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

La editorial tunera Sanlope publicó, en 1991, sus cuadernos Fábula del cántaro roto (poesía) y Decires (poesía para niños), y una década después, Estación de las sombras (2001), que obtuviera una mención en el Concurso Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” (México, 1999), y Como un himno de amor (2002).

Ha sido finalista del Concurso internacional ARTÍFICE, de poesía (Loja, Granada, España) en el 2005, y Mención Especial en la II y VI ediciones de ese propio certamen (2002 y 2006). Ha recibido además el Premio del Concurso Nacional Cuentos de Amor (2000), y el Premio Décima joven de Cuba (1996), entre otros reconocimientos.

Sus textos han sido incluidos en numerosas antologías y compilaciones cubanas y extranjeras: Nuevos poetas cubanos (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1994), Poesía cubana hoy (Madrid: Editorial Grupo Cero, 1995), Nuevos juegos prohibidos (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1997), Diez de espada (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1997), Hermanos (Brasil, 1997), Otra vez todo el amor (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1998); La madera sagrada (Matanzas: Ediciones Vigía, 2005)

Poemas y otros textos suyos han visto la luz en La Gaceta de Cuba, la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, la Revista del Vigía, El Caimán Barbudo, Islas, así como en publicaciones periódicas iberoamericanas.

Prologó los títulos Décima e Identidad: Siglos XVIII y XIX, de Virgilio López Lemus (La Habana: Editorial Academia, 1997) y Renacimiento en La Martha Elena, de Nicolás García Flores y Daniel Laguna Labrada (México: Instituto Veracruzano de la Cultura, 1999) e hizo la selección y edición de Lezama: paleta y metáfora (La Habana: Ediciones Bachiller, 2006).

Su último título, publicado por el Centro de Estudios Martianos en 2008, fue la antología  El amor como un himno. Poemas cubanos a José Martí.

Ha tomado parte en la gestación de las Ediciones Vigía, de Matanzas, y en las Ediciones Bachiller, de la BNCJM.

No obstante, dejemos que sea nuestro entrevistado quien nos relate cómo se inició  en los campos poético-literario y periodístico, los cuales percibe no solo como parte de esa magia innombrable —al decir de José Lezama Lima— que emana de la lectura y la escritura, y que lo atrapara desde la más temprana infancia, sino también como fuente nutricia de ética, estética, humanismo y espiritualidad.

¿Cuáles fueron los factores motivacionales que lo decidieron por la letra escrita, tanto en verso como en prosa, para plasmar en la cuartilla en blanco (o en el teclado del ordenador), pensamientos, vivencias, afectos, emociones y experiencias, que todo genuino creador archiva en su memoria poética? 
 
Primero debo decirte que fui un lector voraz durante toda mi infancia. Mis padres, de origen muy humilde, no pudieron facilitarme desafortunadamente una buena biblioteca, pero como casi todos los buenos padres que quieren lo mejor para sus hijos promovieron mi interés por los libros y por la lectura. Cuando descubrí la biblioteca de mi pueblo, Jovellanos, me encontré con una pasión avasalladora, que ya no me abandonaría y que muchos años después solo encontraría alguna competencia con el cine.

Durante muchos años, me leía varios libros por semana, incluso a veces uno diario, y eso facilitó —creo yo— mis inclinaciones hacia la escritura. Por otra parte, los maestros elogiaban en clase mis composiciones, y de alguna forma, me estimulaban a que escribiera.

Y aunque leía mucho más narrativa, lo primero que escribí fueron versos.

Pero nunca me tomé  en serio la literatura hasta que llegó la hora de elegir carrera. Era un buen estudiante, con notas sobresalientes también en Matemáticas, pero el mundo de la literatura me fascinaba así que me decidí por las Humanidades. Hubiera querido estudiar Periodismo, pero ese año no la ofrecieron entre las opciones universitarias y escogí Filología.

Si bien había leído hasta buena parte de mi adolescencia sin una orientación realmente formativa, la universidad significó un cambio absoluto. Tuve la oportunidad, además, de departir con profesores muy valiosos y escritores jóvenes de mucho talento. Y aunque me integré al Taller Literario, las lecturas superaron con creces las obras propias y nada trascendió hasta este día de lo que fueron mis intentos creativos de entonces.

Luego de graduado fui a parar, tras unos leves tanteos laborales, a Ediciones Vigía, de Matanzas, lo cual fue providencial para mí. Estuve entre los fundadores de esa Editorial y como casi todos los que hemos pasado por allí, estoy marcado por ella y a los cuatro vientos me considero su deudor y su incondicional admirador. Hoy formo parte de una cofradía maravillosa, de la que espero nunca me excluyan. El ambiente creador, la originalidad, la pasión, que tuve la oportunidad de compartir con artistas como Alfredo Zaldívar y Rolando Estévez, determinaron mis impulsos creadores en cualquier proyecto en que participé posteriormente. Escribí desde el impulso de Vigía hasta hoy.

En 1986, por razones familiares, me fui a vivir a Puerto Padre y estuve más de diez años en esa parte del país. Al calor de un movimiento literario bien interesante y de escritores como Renael González, María Liliana Celorrio, Guillermo Vidal, Alberto Garrido y un grupo de jóvenes (como Carlos Esquivel, por ejemplo), que con el discurrir del tiempo mucho se distinguieron, allí se gestó una buena parte de mi obra.

A la vuelta, a Occidente,  he seguido escribiendo, quizás mucho menos de lo que quisiera, pero esa es otra historia.

De las disímiles líneas temáticas que ha desarrollado en su fructífera obra poético-literaria y periodística, ¿cuál o cuáles de ellas generan en usted la necesidad intelectual y espiritual de retomarlas cada vez que la ocasión se le presenta?

Prefiero decir —como otros— que los temas me escogen a mí. En poesía, que es el género al que más recurro, trato de ofrecer, desde mi modesta posición de hombre común, una mirada en la que otros pueden encontrar asideros. Soy consecuente con esa íntima apreciación del mundo que me rodea y no traiciono, en la medida de mis posibilidades, la voz natural de este hombre que soy, con todas las angustias y esperanzas que le corresponden.

Desde esa perspectiva, creo que soy un escritor intimista. Y aun en la narrativa, esa mirada persiste, aunque los motivos parezcan más pretenciosos.

Con apoyo en el hecho de que usted, además de poeta y escritor, ejerce el periodismo digital como jefe de redacción de la revista electrónica Librínsula, editada por la BNJM, ¿cuál es su percepción acerca de la literatura y el periodismo: como dos caras de una misma moneda o como contrarios que se excluyen?

He tenido el privilegio, ya que no pude estudiar la carrera de periodismo, de que en esta etapa de mi vida me ofrecieran la redacción de una revista digital que promueve el patrimonio bibliográfico nacional y la labor bibliotecaria. Justamente, a alguien que ha estudiado Literatura y que ha dirigido bibliotecas y laborado en ellas desde hace más de veinte años, le propician un espacio quincenal a donde pueden acceder, gracias a las posibilidades tecnológicas, un ilimitado número de lectores. Creo que es una oportunidad, y además, un reto. Y no estoy ni remotamente satisfecho y no es un lugar común. Creo que falta mucho por hacer y debo ganar muchos más prosélitos a esta causa tan importante para nuestra cultura.

Por otra parte, nuestra época, si tiene un signo distintivo en términos ideo estéticos, yo creo que es la hibridez. No me interesa delimitar lo que la naturaleza de la creación humana y la praxis social cada vez funden con más energías. Lo importante es ofrecer, en la trinchera que se ha elegido, o las circunstancian han determinado, lo mejor de sí. Escribir o propiciar la escritura, hacer la literatura o promoverla, tiene para mí un componente ético similar, que es el de servir al prójimo, más o menos inmediato.

A propósito de la BNJM, donde usted labora desde hace algún tiempo, ¿qué le ha aportado —desde los puntos de vista profesional, humano y espiritual, pertenecer a la familia de esa catedral de la cultura cubana y universal, como acertadamente la califica su director, el doctor Eduardo Torres Cuevas?

Como te decía, una buena parte de mi vida he trabajado en bibliotecas. Uno se siente un beneficiario y un deudor de todas esas grandes figuras y de esas grandes obras cuando camina por estas salas. Y te infunden, inevitablemente, un sentimiento de compromiso. No me basta ver mi nombre en un modesto espacio del catálogo, quiero sentir que he contribuido a preservar la memoria de la Nación, que es nuestra riqueza más grande, nuestro escudo.

Cada día me alimento de esos maravillosos manantiales que crecen aquí y que con los ojos del corazón, como preconizara aquel memorable libro de mi infancia, permiten disfrutar lo esencial de esa riqueza por encima de las inconveniencias y limitaciones. 

¿Alguna sugerencia o recomendación final a los “pinos nuevos” que se inician en el apasionante campo de la poesía, la literatura y el periodismo en nuestra exuberante geografía insular?

Con franqueza te digo que los consejos pueden venir de ambas partes. De los jóvenes también tenemos que aprender mucho y a veces me asombra la madurez, la audacia, el talento que muestran muchos de ellos. Con los años, sólo he aprendido que hay que perseverar, que nada llega sin mucho esfuerzo y que debemos desconfiar del éxito rápido. Que hay que defender lo propio y eso puede costarnos mucho, pero no hay que desalentarse porque como decía el Maestro “lo verdadero es lo que no termina”.

 
 Tomado de: http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idseccion=43

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